El 11 de septiembre de 1973, la Junta chilena, apoyada por la CIA y la administración Nixon, derrocó al gobierno democráticamente elegido del presidente socialista Salvador Allende. Priscilla Hayner, en su libro Unspeakable Truths, Confronting State Terror and Atrocity (2001), describe el devastador impacto de la dictadura resultante: «El régimen abrazó un virulento anticomunismo para justificar sus prácticas represivas, que incluyeron detenciones masivas, tortura (las estimaciones del número de gente torturada van de 50.000 a 200.000), asesinatos y desapariciones». La dictadura asesinó, torturó y exiló a miles de oponentes políticos e idealistas.

En estas condiciones, un silencio que presagiaba algo malo, el resultado de amenazas y terror, se cernía sobre Chile. Algunas personas nos preguntamos si las ideas de Gandhi sobre el poder de la noviolencia podrían ayudar a desafiar el terror.

La noviolencia remite a una filosofía y una estrategia de resolución de conflictos, a una manera de luchar contra la injusticia y, en un sentido más amplio, un estilo de vida desarrollado y empleado por Gandhi y sus seguidores en todo el mundo. La noviolencia pues, es una acción que no practica ni permite la injusticia.

Gritar la verdad

Algunas personas decidimos inspirar a otras para alzar la voz contra la dictadura «gritando la verdad». Hicimos frente así a un doble sufrimiento: el dolor que suponía aguantar la violencia de la dictadura, y el sufrimiento causado por quedarse en silencio por miedo. Era insoportable no gritar mientras eran asesinadas, torturadas y desparecidas las personas que amábamos. Se imprimieron panfletos y folletos clandestinos. Con gran riesgo para nuestra seguridad, se hicieron pintadas en las paredes por las noches con lemas que denunciaban las violaciones de los derechos humanos. Detrás de estas acciones estaba el principio de la noviolencia activa: dado que existe la injusticia, el primer requisito es denunciarla, porque si no lo hacemos, somos cómplices. Las acciones clandestinas ayudaron a difundir el principio de decir la verdad y actuar en consecuencia. Sin embargo, a pesar de los riesgos, teníamos que ir más allá de las protestas clandestinas: necesitábamos llevar las protestas contra la Junta chilena a la esfera pública.

Activando el movimiento público contra la tortura

José Aldunate, un sacerdote jesuita que llegó a ser el líder del Movimiento contra la Tortura “Sebastián Acevedo” en Chile, dice en sus memorias: «Un camarada vino y nos descubrió el hecho (la tortura). Aprendimos sobre la tortura y sobre las dinámicas de la noviolencia. Vimos una película sobre Mahatma Gandhi. Yo estaba más motivado para protestar contra la pobreza, pero me atuve a la disciplina del grupo. Deliberamos y decidimos hacer una manifestación noviolenta para denunciar la tortura... para romper la barrera del silencio y el ocultamiento respecto a la tortura. Teníamos la obligación de denunciarlo públicamente. Teníamos que sacudir la conciencia de la gente”.

El 14 de septiembre de 1983, diez años después de que el régimen tomara el poder, nació el movimiento contra la tortura con una acción frente a la sede del Centro Nacional de Investigación, en el 1470 de la calle Borgoño, Santiago. Unas 70 personas interrumpieron el tráfico desplegando una pancarta que decía «Aquí se Tortura». Gritaron su denuncia y cantaron un himno a la libertad. Al menos una vez al mes hasta 1990, el grupo volvía al mismo lugar para denunciar los crímenes contra la humanidad del régimen.

Para actuar tuvimos que desafiar abiertamente las disposiciones del Estado de Emergencia que la Junta había decretado para aterrorizar a la población. Tuvimos que vencer nuestro propio sentimiento de impotencia, aislamiento y miedo.

El movimiento denunció la tortura. Dejó para otras entidades la tarea de la investigación y hacer declaraciones. No teníamos ni lugar de reunión, ni secretariado ni infraestructura. Nos reuníamos en las calles y plazas cuando tocaba actuar. No teníamos una lista de miembros. Las personas participantes venían por invitación personal, ya que el movimiento tenía que evitar la infiltración de la policía secreta y otras instituciones represivas. Las instrucciones pasaban de unas personas a otras. Se formaba a las personas participantes, sobre todo durante las propias acciones, donde evaluábamos cada acción en el mismo lugar.

La gente participante se enfrentaba a sanciones legales e ilegales cuando era detenida y enjuiciada, lo cual ocurría con frecuencia. Los gases lacrimógenos, las palizas y las detenciones eran prácticas comunes contra las personas manifestantes. La tortura también era una consecuencia posible tras la detención. No solamente se enfrentaron a estas sanciones la gente del movimiento Sebastián Acevedo; también estaban expuestos a ellas la gente de los medios de comunicación, reporteros y periodistas, que quisieron informar sobre estas acciones y cuestiones.

Algunas acciones contaron con hasta 300 participantes. En total, participaron unas 500 personas. Había gente cristiana y no cristiana, sacerdotes, monjes, gente de barrios empobrecidos, estudiantes, gente mayor, amas de casa, y miembros de varios movimientos de derechos humanos: gente de toda clase, ideología y forma de vida.

La meta principal era acabar con la tortura en Chile. El método que se eligió fue sacudir la conciencia nacional (concienciación) para elevar el nivel de atención de la nación hasta que el régimen acabara con la tortura o el país acabara con el régimen. En 1988 después de una amplia campaña contra la intimidación, la campaña noviolenta «Chile Sí, Pinochet No», para asombro de Pinochet, ayudó a hacer fracasar un plebiscito diseñado para ratificar su mandato. Los esfuerzos que surgieron durante los años de Pinochet para acabar con la cultura de la impunidad y abrir un proceso de reconciliación nacional, continúan, pero las protestas noviolentas aportaron un medio importante, entre otros, para derribar la dictadura.